Había una vez una águila llamada Sofía que vivía en un nido situado en la cima de una montaña. Sofía era un águila calva de ojos azules muy inteligente y astuta. Por eso, siempre estaba buscando nuevas formas de aprender y mejorar su habilidad de volar, actividad que más le gustaba en el mundo.
Reflejos en el bosque
Un día veraniego mientras volaba por el cielo, vio un reflejo en la parte baja del bosque por donde tanto le gustaba volar.
Extrañada, Sofía siempre tan curiosa, detuvo sus alas y se dirigió al suelo para averiguar de dónde venían esas luces y brillos.
Allí, vio a dos pájaros rabilargos que poseían en sus ojos y sobre el pico, unos artilugios con cristales. Por esta razón y muy sorprendida por lo que estaba viendo, Sofía se presentó y comenzó a hablar con ellos.
— ¡Hola! Soy el águila Sofía, qué es eso que lleváis encima del pico y que os cubre los ojos? – Preguntó con total interés.
— Son gafas de sol. Nos protegen los ojos en este verano tan caluroso, ¿te gustaría tener unas? – Respondieron los pájaros rabilargos.
Sofía asintió con mucha ilusión y ganas por conseguir unas. Seguidamente, los pequeños pájaros echaron a volar y guiaron al águila hasta un gran árbol en el bosque.
El búho Bruno
Al llegar, el águila Sofía observó con sorpresa un gran búho marrón con gafas doradas.
Aunque Sofía no era nada tímida, esperó con educación a que los pájaros rabilargos le presentaran. El búho resultó llamarse Bruno. Y Sofía, siempre tan decidida, comenzó a hablar con él.
— ¡Hola! Mi nombre es Sofía, soy un águila calva, mis amigos los pájaros de cola larga me han guiado hasta aquí para conseguir unas gafas de sol.
— ¡Bienvenida Sofía! Mi nombre es Bruno, hago gafas para que todas las aves del bosque se protejan del sol en este caluroso verano.
Con todo esto, el búho mostró varias gafas de sol a Sofía, que se decantó por las más brillantes.
— ¡Genial elección, son de mis favoritas! Exclamó Bruno. — Pero recuerda, este tipo de gafas son para protegerse del sol en nuestros nidos, no para volar con ellas.
Inmediatamente después, el águila Sofía se despidió del búho Bruno y de los pajarillos para echarse a volar con dirección a su casa.
Sofía y sus nuevas gafas de sol
— ¡Mirad mis nuevas gafas de sol!» exclamó Sofía con orgullo a sus amigos águilas. «¡Son geniales para proteger mis ojos del sol y hacerme ver más moderna!».
Los demás pájaros se rieron de Sofía y le dijeron que no necesitaba gafas de sol porque ya tenía buena vista y sus ojos estaban perfectamente preparados para el sol. Ciertamente, las características de la vista del águila permiten que el ave no sufra ante los rayos solares.
Pero Sofía estaba tan ilusionada que no les hizo caso. En consecuencia, se las ponía todos los días mientras estaba en el nido y cuando volaba, quitándoselas solo para dormir.
Un día, mientras volaba con sus gafas de sol, Sofía con la pérdida de visión provocada por los cristales, golpeó una de sus alas con un árbol. Debido a este pequeño golpe, sus gafas cayeron, perdió el control y estuvo a punto de llegar al suelo a gran velocidad. No obstante, la gran habilidad del águila Sofía hizo que pudiera corregir el vuelo y no hacerse ningún daño.
Moraleja
A partir de ese día, Sofía decidió dejar de usar sus gafas de sol mientras volaba, como le aconsejó el búho Bruno.
Así, aprendió que a veces, lo más importante es escuchar los consejos y confiar en nuestra propia apariencia y habilidad, sin depender de objetos externos para sentirnos seguros y capaces. Como resultado, el águila Sofía se convirtió en una águila más lista, valiente y sobre todo más madura, gracias a su experiencia con las gafas de sol.